"El tiempo es solamente una ilusión producida por la sucesión de nuestros estados de conciencia a medida que viajamos a través de la eternidad." H.P. Blavastky.
En el día de ayer conversamos sobre la sensación de percepción de lentitud del paso del tiempo en este lugar del mundo, que en tantas ocasiones he definido, así cómo muchos visitantes lo hacen, cómo único, diferente, sensacional, referido a la cantidad de sensaciones distintas que uno puede acumular.
Concluíamos que la variable de más peso para que una semana equivalga a un mes en nuestros lugares de origen (por establecer una equivalencia concreta a modus ejemplo) es la volatilidad de las emociones. Es decir, la cantidad de inputs existentes que hacen que en 24 horas, uno haya tenido un amplio abanico de impresiones, muy distintas entre ellas. Éstas convierten los días en constantes aventuras o experiencias, de las que en la gran mayoría de ocasiones uno puede aprender algo o, cómo mínimo, hacer alguna reflexión intensa, a la altura de la intensidad de la historia, imagen o situación vivida.
Es curioso. Justo ayer también leía un artículo que explicaba lo siguiente: dado que el tiempo es constante, la percepción particular sobre la velocidad del mismo es lo que hace que a uno le pase más o menos rápido. Y que la mayoría de veces se relaciona malestar o aburrimiento con lentitud… Sin embargo, aquí no es el caso.
En mi caso particular, reconozco que vivir la vida de una forma intensa, con constantes idas y venidas, nuevos proyectos, gentes, situaciones… ha hecho que esta percepción no me sea desconocida. Sin embargo, tantas veces este “hacer 30000 cosas en un día” conlleva un cansancio excesivo, una falta de momentos de relajación y tranquilidad, o unas prisas innecesarias que hacen que me cueste sentir cómo realmente he podido disfrutar de todas, o simplemente me cueste digerir lo aprendido o experimentado. La gran diferencia aquí es que en realidad no hacemos tantas cosas novedosas. Sólo es que son nuevas para mí, y conllevan una provocación de descarga de emciones variopintas que consigo reconocer al instante. Nuestro trabajo es el mismo a diario: la oficina, los talleres y los beneficiarios también. Nos movemos entre dos ciudades y tres pueblos, bastante similares. El tipo de voluntario occidental tiene características no muy desiguales, aún no haber un sólo ser humano idéntico. Podríamos decir que nuestra rutina es bastante constante. E ahí pues, la gran diferencia. Con poco, muy poco, y muy parecido entre sí, la inmunidad a este choque cultural sigue sin aparecer.
Cómo ejemplos, dos princesas del taller de yute. Sus miradas consiguen marcarme de una forma especial cada vez que las veo.
Nagarethjinamma y Rammajinamma.
Sus vidas no son sencillas. Sus situaciones familiares son desastrosas, duras… Por ello no sólo trabajan en el taller, sino que también viven allí.
La primera no oye en absoluto y apenas puede hablar. Sin embargo, y aún mi escaso conocimiento del lenguaje de signos en telugu, consigue transmitirme aquello que desea con su expresividad, sus gestos y movimientos. Posee una fuerza interior capaz de revolucionar a todo su entorno, que utiliza para el bien de sus compañeras. Es muy franca y auténtica. Todos la adoramos. Ella es la que muchas veces nos cuenta lo que ocurre, los problemas que tiene el grupo… Algo así cómo la portavoz o líder sin que nadie le haya impuesto este papel. La que dice todo aquello que el resto no se atreve. Es cierto que de tanto en tanto protagoniza algunas escenas de inconformismo con la misma intensidad, y asusta. Pero su gran corazón le impide traspasar límites y que todo haya quedado en una anécdota sin más, una rabieta incluso graciosa.
La otra es su alma gemela… su gran confidente. Normalmente se encargan de las mismas tareas y trabajan juntas. De tanto en tanto, es Ramma la que traduce los pareceres de Nagareth a los no impedidos. Ella sí puede hablar, aunque es parcialmente invidente. A pesar de ello, es capaz de realizar un trabajo minucioso y muy preciso, admirable dada su dificultad añadida. También cuenta con un corazón de oro, dispuesta a echar una mano a cualquier compañera, y sobretodo pendiente de su amiguísima. Es precioso ver cómo se cuidan, y cómo cuidan al resto, sin aparentar todas aquellas consecuencias de su sufrimiento.
Ambas son agradecidas, cariñosas, amables y serviciales. Cada vez que las visito me hacen saber que les encanta que pase rato con ellas… y que esté a su lado.
No deja de sorprenderme y de chocarme la capacidad extraterrenal de la actitud de estos dos corazones andantes y, por ello, hoy he decidido darlas a conocer.
Otra de estas situaciones que impiden una rutina aburrida, aunque si comunes en este distrito, es este jovenzuelo que aparece en la fotografía.
Lo encontramos a veces de camino a la ciudad. Cuida los bueyes que pertenecen a su familia… Nos saluda con alegría y buen humor. Sólo con divisarnos a lo lejos ya indica a sus compañeros de ruta matinal que deben darnos paso y dejarnos la vía libre. Animales grandiosos y pesados, que si encontráramos por nuestras calles harían que nos asustáramos y nos apartáramos enseguida. Y no sólo porque fuera extraño, sino por la reacción que pudieran tener frente a nosotros, por miedo. Vamos… ¿quién haría de dos bueyes sus mascotas? Cierto es que nuestros pastores también llevan a sus rebaños a pastar, claro. Pero lo que sigue sorprendiéndome cada día que pasa es cómo un chavalín al que seguramente le doblo la edad puede tratar con tanto amor a dos seres vivos, cómo si de humanos se tratara… Y puede guiar a una manada con tanta valentía. Observarlo un rato es realmente una gozada.
Así pues, hoy invito al lector a buscar esas motivaciones, esas nuevas sensaciones y experiencias, en los pequeños detalles que nos rodéan. O incluso a proponerse un viaje e immersión en algún mundo diferente a través de aquellas herramientas a nuestra disposición: ya sea un libro, un reportaje o mediante una ruta internáutica en uno de esos ratitos libres de los que todos deberíamos disponer con frecuencia.
Hagamos de nuestro día un cúmulo de instantes valiosos, y, puesto que el aprendizaje se esconde en cualquier rincón, intentemos cumplir con el refrán: "nunca te acostarás sin saber una cosa más" Seguramente nuestra vida se llene de mucho más sentido.
Un abrazo lleno de coraje, cariño y de momentos de felicidad.
Cris