lunes, 31 de octubre de 2011

Dos princesas y un principito

"El tiempo es solamente una ilusión producida por la sucesión de nuestros estados de conciencia a medida que viajamos a través de la eternidad." H.P. Blavastky.

En el día de ayer conversamos sobre la sensación de percepción de lentitud del paso del tiempo en este lugar del mundo, que en tantas ocasiones he definido, así cómo muchos visitantes lo hacen, cómo único, diferente, sensacional, referido a la cantidad de sensaciones distintas que uno puede acumular.

Concluíamos que la variable de más peso para que una semana equivalga a un mes en nuestros lugares de origen (por establecer una equivalencia concreta a modus ejemplo) es la volatilidad de las emociones. Es decir, la cantidad de inputs existentes que hacen que en 24 horas, uno haya tenido un amplio abanico de impresiones, muy distintas entre ellas. Éstas convierten los días en constantes aventuras o experiencias, de las que en la gran mayoría de ocasiones uno puede aprender algo o, cómo mínimo, hacer alguna reflexión intensa, a la altura de la intensidad de la historia, imagen o situación vivida.

Es curioso. Justo ayer también leía un artículo que explicaba lo siguiente: dado que el tiempo es constante, la percepción particular sobre la velocidad del mismo es lo que hace que a uno le pase más o menos rápido. Y que la mayoría de veces se relaciona malestar o aburrimiento con lentitud… Sin embargo, aquí no es el caso.

En mi caso particular, reconozco que vivir la vida de una forma intensa, con constantes idas y venidas, nuevos proyectos, gentes, situaciones… ha hecho que esta percepción no me sea desconocida. Sin embargo, tantas veces este “hacer 30000 cosas en un día” conlleva un cansancio excesivo, una falta de momentos de relajación y tranquilidad, o unas prisas innecesarias que hacen que me cueste sentir cómo realmente he podido disfrutar de todas, o simplemente me cueste digerir lo aprendido o experimentado. La gran diferencia aquí es que en realidad no hacemos tantas cosas novedosas. Sólo es que son nuevas para mí, y conllevan una provocación de descarga de emciones variopintas que consigo reconocer al instante. Nuestro trabajo es el mismo a diario: la oficina, los talleres y los beneficiarios también. Nos movemos entre dos ciudades y tres pueblos, bastante similares. El tipo de voluntario occidental tiene características no muy desiguales, aún no haber un sólo ser humano idéntico. Podríamos decir que nuestra rutina es bastante constante. E ahí pues, la gran diferencia. Con poco, muy poco, y muy parecido entre sí, la inmunidad a este choque cultural sigue sin aparecer.

Cómo ejemplos, dos princesas del taller de yute. Sus miradas consiguen marcarme de una forma especial cada vez que las veo.

Nagarethjinamma y Rammajinamma.



Sus vidas no son sencillas. Sus situaciones familiares son desastrosas, duras… Por ello no sólo trabajan en el taller, sino que también viven allí.

La primera no oye en absoluto y apenas puede hablar. Sin embargo, y aún mi escaso conocimiento del lenguaje de signos en telugu, consigue transmitirme aquello que desea con su expresividad, sus gestos y movimientos. Posee una fuerza interior capaz de revolucionar a todo su entorno, que utiliza para el bien de sus compañeras. Es muy franca y auténtica. Todos la adoramos. Ella es la que muchas veces nos cuenta lo que ocurre, los problemas que tiene el grupo… Algo así cómo la portavoz o líder sin que nadie le haya impuesto este papel. La que dice todo aquello que el resto no se atreve. Es cierto que de tanto en tanto protagoniza algunas escenas de inconformismo con la misma intensidad, y asusta. Pero su gran corazón le impide traspasar límites y que todo haya quedado en una anécdota sin más, una rabieta incluso graciosa.

La otra es su alma gemela… su gran confidente. Normalmente se encargan de las mismas tareas y trabajan juntas. De tanto en tanto, es Ramma la que traduce los pareceres de Nagareth a los no impedidos. Ella sí puede hablar, aunque es parcialmente invidente. A pesar de ello, es capaz de realizar un trabajo minucioso y muy preciso, admirable dada su dificultad añadida. También cuenta con un corazón de oro, dispuesta a echar una mano a cualquier compañera, y sobretodo pendiente de su amiguísima. Es precioso ver cómo se cuidan, y cómo cuidan al resto, sin aparentar todas aquellas consecuencias de su sufrimiento.




Ambas son agradecidas, cariñosas, amables y serviciales. Cada vez que las visito me hacen saber que les encanta que pase rato con ellas… y que esté a su lado.
No deja de sorprenderme y de chocarme la capacidad extraterrenal de la actitud de estos dos corazones andantes y, por ello, hoy he decidido darlas a conocer.

Otra de estas situaciones que impiden una rutina aburrida, aunque si comunes en este distrito, es este jovenzuelo que aparece en la fotografía.



Lo encontramos a veces de camino a la ciudad. Cuida los bueyes que pertenecen a su familia… Nos saluda con alegría y buen humor. Sólo con divisarnos a lo lejos ya indica a sus compañeros de ruta matinal que deben darnos paso y dejarnos la vía libre. Animales grandiosos y pesados, que si encontráramos por nuestras calles harían que nos asustáramos y nos apartáramos enseguida. Y no sólo porque fuera extraño, sino por la reacción que pudieran tener frente a nosotros, por miedo. Vamos… ¿quién haría de dos bueyes sus mascotas? Cierto es que nuestros pastores también llevan a sus rebaños a pastar, claro. Pero lo que sigue sorprendiéndome cada día que pasa es cómo un chavalín al que seguramente le doblo la edad puede tratar con tanto amor a dos seres vivos, cómo si de humanos se tratara… Y puede guiar a una manada con tanta valentía. Observarlo un rato es realmente una gozada.



Así pues, hoy invito al lector a buscar esas motivaciones, esas nuevas sensaciones y experiencias, en los pequeños detalles que nos rodéan. O incluso a proponerse un viaje e immersión en algún mundo diferente a través de aquellas herramientas a nuestra disposición: ya sea un libro, un reportaje o mediante una ruta internáutica en uno de esos ratitos libres de los que todos deberíamos disponer con frecuencia.

Hagamos de nuestro día un cúmulo de instantes valiosos, y, puesto que el aprendizaje se esconde en cualquier rincón, intentemos cumplir con el refrán: "nunca te acostarás sin saber una cosa más" Seguramente nuestra vida se llene de mucho más sentido.

Un abrazo lleno de coraje, cariño y de momentos de felicidad.

Cris

jueves, 27 de octubre de 2011

Replay

Una de mis primeras preguntas al poco pasar unos días aquí fue: ¿por qué uno es tan feliz con tan poco? ¿Por qué es tan fácil sentirse en paz en estas tierras?
Y es que cómo decía Antonio Porchia, “un corazón grande se llena con muy poco”.

Con muchas ganas e ilusión por retomar éste “El” Proyecto… Así es cómo llené mis maletas y de la forma en que he vuelto a este país lleno de gentes peculiares y lleno de luz de esperanza en todos los rincones. Aunque a decir verdad, esa luz la puede uno ver en cualquier lugar del mundo, imagino que sólo es creer que existe y buscar la forma de absorberla.

Mi estancia en occidente ha sido muy positiva, desde el punto de vista de haber recordado y reaprendido muchísimas cosas… Mentiría si dijera que el descontento y pesimismo actualmente generalizado no ha tenido repercusión alguna en mi estado de ánimo. ¡Sí! Yo también he caído en las garras de la ola de desconfianza que cubre nuestro país. Entono un mea culpa, evidentemente. Magnificar decepciones, no cuidarse lo suficiente, desvalorizar pequeños momentos de estricto placer y armonía, olvidar a ratos el verbo relativizar, buscar de nuevo la maldita gratificación inmediata que nos han inculcado en la sociedad del cuanto más mejor y del ahora mismo…
He dejado de lado el entrenamiento del alma serena, de las visiones del Todo desde el Amor Eterno, la conversión cognitiva al punto de equilibro…

El humano tropieza una y otra vez con la misma piedra… Los miedos a veces nos invaden y llenamos el carro de bultos pesados que no nos dejan seguir. El mundo se para. Fuerza, motivación y bienestar parecen haberse escondido o encerrado. ¿Y la llave?

No me gustaría dar a entender al lector que no he podido disfrutar de aquellos tesoros que conservan su rincón en mi interior… He compartido ratos alegres y felices con ellos, y doy gracias por tenerlos aún a kilómetros de aquí, sin dudar que están a mi lado aún en la lejanía.

Sin embargo, sólo he sido capaz de recuperar mi llave aquí, en esta región pobre y subdesarrollada dónde uno remonta sus momentos más bajos con una facilidad inexplicable.

De nuevo, rodeada de personas con verdaderas dificultades de base, en una cultura tan distinta a la nuestra y con escenas rutinarias que no dejan de fascinarme, me siento afortunada, muy afortunada. Ahí me sobran los motivos, aquí soy capaz de darme mucha más cuenta y consecuentemente así sentirlo.

Ver a cinco personas en una moto, un autobús adelantando a un carro de bueyes que transporta leña o un taxi-triciclo cuyo conductor empuja con todas sus fuerzas en calles más costosas y/o transitadas.




Observar cómo unos niños esperan para que la tendedera de los zumos de naranja les sirva uno, recién exprimido o cómo las señoras venden frutas y verduras en medio de la calle.




Visitar a mi virgen preferida, Saraswati.



Comer con las manos, sentada en el suelo.



O de camino a la oficina, pasar por una carretera en obras y saludar a los y las trabajadores/as, vestidos según manda su tradición, sin importar la comodidad o adecuación de los mismos, y al rato ver cómo algunos ya lavan sus ropajes de buena mañana en una comuna de estructura muy simple pero suficiente.




Entre otras muchas...

A las pocas horas de llegar, partía de nuevo rumbo a Delhi (ciudad situada al norte, capital del país), por motivos laborales. Toda una maratón después de haber sufrido largos retrasos y haber pasado más de 30 horas entre origen y destino. No obstante, intuía que a pesar del cansancio, iba a poder exprimir la experiencia consiguiendo que fuera lo más productiva y divertida posible. Mi actitud y la de mis acompañantes avalaban mis expectativas.




Safia, coordinadora de los talleres, y Chandra, instructor del taller de yute.

Este último sufre también una discapacidad física que le impide caminar con normalidad. Además, pertenece a una casta baja; doble motivo de discriminación y rechazo social. Es un chico muy inteligente, muy buen trabajador y con una creatividad y habilidades artísticas sensacionales. Un gran fichaje para este súper equipo con el que contamos, quién pretendía también sacarle el máximo partido a la feria de la artesanía más grande de India, que organiza el gobierno estatal con la intención de promocionar este tipo de comercio y su exportación.




Chandra nunca antes había viajado en avión… Es fácil imaginar los nervios y emoción de lo que para él sería toda una aventura y experiencia nueva. ¡Qué suerte acompañarlo y poder observar e intentar empatizar lo que eso significa…!




Además de la feria, visitamos un conocido bazar repleto de monerías. Se podían degustar platos de la zona y encontrar algunos puntos de entretenimiento cómo una función de marionetas.






Uno de los puestos más interesantes fue el que aparece en la fotografía siguiente. Lo habían organizado unos chicos sordomudos que se dedican a confeccionar productos con materiales reciclados, consiguiendo originalidades cómo una papelera con base un monitor de ordenador o un lapicero con cassettes.




Tras algo más de tres días de viaje, vuelta a casa… ¡Chandra y Safia ya me lo habían advertido: las niñas te echan de menos! Yo pensé que yo también, aún no haber sido consciente de ello hasta poco antes de mi retorno. Tenía muchas ganas de verlas, aunque reconozco que verlas me inquietaba un poco… No sabía muy bien cual sería mi reacción después de casi dos meses y no quería que mis emociones se descontrolaran convirtiendo un momento precioso que merece la mayor de las sonrisas, en un momento de llanto… Ellas no entienden las lágrimas de felicidad.

¡Aguanté! Y nos reímos mucho. Me preguntaron por mi familia, mis amigos y por este tiempo fuera… ¡Estaban tan contentas que no tuve que pedir sonrisas para la foto cómo de costumbre! ¡Qué guapas!





Junto con Marina, decidimos para el fin de semana prepararles un bizcocho de chocolate, que supone un manjar puesto que no lo toman casi nunca, e ir a pasar un rato divertido cómo bienvenida y reencuentro. Repartimos el bizcocho y pedimos un recital de canciones a cambio. Para nuestra sorpresa, una nena de las que sufren un moderado retraso mental se sabía la canción popular “Vaca lechera”. Así que decidimos enseñársela a todas, al tiempo que incluimos lenguaje de signos para la integración de las sordomudas. Sin comentarios. ¡Fantástica tarde de domingo!






Ya el lunes, vuelta al trabajo. Combinamos oficina con los siete talleres, cómo de costumbre, lo que hace de nuestra rutina un quehacer muy entretenido y dinámico.




Buenas previsiones para esta segunda etapa, muchas ganas de no olvidar lo reaprendido y seguirme nutriendo de Amor, cariño y de la realización personal de tener la Gran Suerte de dedicar mis días a la tarea más gratificante que, sin lugar a dudas, he realizado en toda mi vida.

¡Feliz día!

Cris